Nos es el primer Jubileo al que acude fray Alfonso Dávila, OAR, este Año Santo de la Esperanza en Roma. De hecho, ha perdido la cuenta, «el séptimo o el octavo»: el de los jóvenes, «muy bonito», el de los adolescentes con su parroquia de Santa Rita, con la emoción de vivir el funeral del Papa Francisco… «Ya la puerta santa tiene marcada mi mano», bromea.
Pero el de este pasado fin de semana, el de la Vida Consagrada, ha sido el que le ha tocado en la línea de flotación. «Era el de a lo que me dedico realmente, el que va a lo mío, que es ser consagrado». Por decirlo de otro modo, «este fue el Jubileo que me vale», porque es el que va a la esencia de su ser. «Recordé por qué Dios me llama a esto, y vuelvo muy renovado».
Volver lo que se dice volver aún no ha vuelto de Roma, porque aún queda trabajo por hacer; una Roma que, reconoce, no ha sido estos días como la de siempre. «Roma era otra Roma». Sí, el mismo jaleo, pero por encima de ello, con 16.000 consagrados de uniformes de todos los tipos, una sensación de «sentirnos Iglesia llamada y enviada».
Ha ayudado mucho que el Papa León XIV levantara la clausura para que las monjas pudieran ir. Incluidas las de la familia agustina y agustino recoleta (y, en este caso, también las Hermanas Comendadoras de Santiago), 60 mexicanas y 40 españolas. Y así, en Roma, se han juntado más de 200 religiosos en un evento que, «si no hubiera sido por el Jubileo», no se hubiera logrado. A ellas se sumaron los que están terminando su etapa formativa. Los había de menos de 5 años de profesión, y de más de 50 años de profesión.
«Ganamos juntos el Jubileo», y eso ha sido una de las experiencias más bonitas que recoge fray Alfonso de estos días porque además a ellos se sumaron laicos que habían acudido en peregrinación con alguna de las parroquias encomendadas a agustinos, como Santa Rita. De la cantidad de peregrinos que había da muestra las dos horas de fila hasta llegar a la puerta santa por la Via della Conciliazione.
Maternidad espiritual de las monjas
Otro de los momentos que se lleva el consagrado en el corazón fue encontrarse con la monja que reza por él desde que entró en el postulantado. «Cuando empiezas, te “rifan” y eres asignado a una monja de clausura [de la familia agustino recoleta] que ya para siempre rezará especialmente por ti». La suya es una religiosa mexicana. «Los agustinos recoletos somos lo que somos porque tenemos monjas de clausura que rezan por nosotros; cuando ya no puedo más, la llamo y noto esa fuerza maternal». Encontrarse en Roma con «su monja» «me llenó el corazón de alegría; fue recordar esa maternidad espiritual».
Este ha sido uno de los mucho regalos que han tenido estos días, como una oración conjunta ante los restos de santa Mónica, en la basílica de San Agustín en Roma; el encuentro en la Casa Divin Maestro (Ariccia), presidido por Luis Marín de San Martín, OSA, subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, que también celebró la Eucaristía; y, por supuesto, las palabras del Papa, que además citó en muchas ocasiones a san Agustín. «Me quedo con Confesiones, "esto es lo que amo cuando amo a mi Dios"; estar con mis hermanos es lo que amo cuando amo a mi Dios».