En Francisca, Paquita para todos, combina todo fenomenal: sus 91 años con una energía única; su alegría que le sale por los ojos y su tristeza, que le asoma también cuando se acuerda de su Juan, fallecido hace tres años —aún se sigue metiendo en la cama y le deja el hueco—; su oración y su acción. Es rotunda cuando habla, también cuando reza. «Hoy, como estamos en noviembre, vamos a pedir por los difuntos que no tienen quien rece por ellos, por los que están agonizando y por los de nuestras familias».
Guía el rezo antes de comenzar a limpiar la parroquia. Sí, Paquita forma parte del grupo de limpieza de la Purificación de Nuestra Señora, a escasos tres minutos andando del metro de Carabanchel. Un «equipo internacional», dicen ellas mismas, compuesto por cerca de 25 mujeres —y un hombre, Luis, marido de una de ellas, que lleva dos días— quienes, de manera voluntaria, cada martes después de Misa de 9:30 horas se distribuyen por todos los rincones de la parroquia.
El grupo nació en 2009, cuenta Gloria, que toma la palabra porque fue ella la primera que dio el paso pero que sabe que todo lo ha hecho Dios, si no, de qué. A sus 75 años, lleva más de media vida en la parroquia, desde que se casó. En tiempos no había ni retablo —ahora es uno de factoría Granda que representa a José y María ante Simeón, con Jesús en brazos, y Ana—, ni sagrario ni nada, «una pocilga», vamos, pero en 2008, el párroco de entonces, «don Álvaro», lo empezó a ordenar todo. Por no haber, cuentan, no había ni luz, que las laterales del altar solo se encendían en la consagración.
En su primera homilía, el sacerdote avanzó que iba a adecentar la iglesia y que eso iba a su poner un dinero al mes, para lo que pedía ayuda. «A la salida, lo critiqué —reconoce Gloria sin complicarse demasiado—, ¿cómo íbamos a poner dinero todos los meses con media España en paro?». Entonces, el párroco la llamó y le pidió una propuesta.
— Formar un grupo de limpieza.
— ¿Con qué medios cuentas?
— Con la ayuda de Dios.
— Con eso es suficiente.
Por eso Gloria (imagen inferior), también sin pestañear, tiene claro que «este grupo lo ha formado el de arriba». Y en todo este tiempo, por el que habrán pasado ya un centenar de voluntarias, «ni un arañazo» ha habido. Y mira que se suben a escaleras para limpiar los altos y se agachan para barrer y fregar…

«Ayudo a limpiar la casa de Jesús»
Paquita, natural de Murcia, es de los comienzos. No falta ningún día. «Ayudo a limpiar la casa de Jesús» y es motivo más que suficiente para continuar. Tiene el brazo roto, el izquierdo, pero no se nota nada porque la escoba y la fregona las coge sin inmutarse. «Me atrae, no sé». Sus hijos la riñen. «No enfadarse, que Jesús está por encima de vosotros», les responde.
Mari se quedó viuda con 33 años, un hijo de 7, otro de 2 y un bebé de 15 días. Los sacó adelante trabajando en la limpieza, y cuando se jubiló, de la mano de Gloria, se incorporó al grupo. A veces le da un poco de pereza, pero es que «si no vengo, no me encuentro bien». A ella que no le quiten de limpiar a su Sagrado Corazón de Jesús, una imagen en la capilla lateral.

Porque cada una tiene ya su sitio. Paquita, la sacristía y el despacho del párroco; Rogelia, la entrada —la deja que da gusto, según todas—, ella que quiere con esto devolver a Dios tanto como le ha dado; Eralia, 86 años, para quien «el Señor es lo más importante de mi vida», los bancos del templo; también Nazaret, que soñaba con ser misionera pero «me quedé cuidando a mi madre» y luego vino el marido, los hijos…
Margarita ha sido modista. Se incorporó al grupo también al principio, cuando murió su marido. «Esto es una cosa…» y no le salen las palabras para expresar lo que significa el grupo. Gloria la ayuda: «Cuando pones a Dios en tu vida, la cosa cambia; que me lo digan a mí, que llevo 50 años de matrimonio…», y todas ríen.
Las hay que llevan menos en el grupo. Isabel, que empezó en septiembre y como trabaja por las tardes, aprovecha la mañana para echar una mano; Doris, boliviana, que este es su cuarto martes; Loli, dos años en el grupo, hasta cuando estuvo cuidando de sus padres y, ahora, «hasta que Dios me conserve la salud», o el propio Luis, que «todo lo que sea colaborar con la parroquia…».

Autosuficientes y ahorrativas
Reconocen que la parroquia no se ensucia mucho porque el mantenimiento semanal es muy correcto. Lo que más cuidan es el templo, señala el párroco, Jesús Cuenllas, pero también los salones, los despachos y las dependencias parroquiales. Es «un servicio muy humilde y muy fiel» en beneficio de la comunidad parroquial, subraya. En enero empiezan con las limpiezas generales de azulejos, cristales, ventiladores… Los aseos se limpian a diario, eso sí, que «por aquí pasa mucha gente» porque son 17 los grupos que en total hay en la parroquia. En realidad, todo «es muy fácil porque esto lo maneja el Señor», dice Gloria y porque, añade Margarita, «nos llevamos todas muy bien».
Y «no hay presupuesto», aquí cada una aporta lo que puede. Nunca falta nada porque «la gente va trayendo y aparecen productos de limpieza; cualquier donación es buena». Y luego, que son muy ahorrativas. «Hay que mirar la economía», sostiene Gloria. Por ejemplo, el jabón de manos lo hacen ellas mismas —tiene secando un buen número de trozos en el cuarto de limpieza—. Y si hay que colaborar en otros aspectos, pues también: las tulipas para las velas en Semana Santa, por ejemplo. Pues ellas mismas se ponen, porque si se compran a 17 céntimos, pero de una cartulina sacan varias y salen a 2 céntimos, es un ahorro. «Es economía», en definitiva.
Luego, de vuelta a casa, a continuar la faena, porque están los hijos, los nietos… Aunque, entre medias, se ponen la Misa de TRECE; parece que no, coinciden, pero como que se enteran más que en la parroquia porque la escuchan mejor. «¡Vente casa a comer, que tengo migas!», nos dice Paquita como despedida.

