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Viernes, 25 marzo 2022 14:49

«La reforma sinodal empieza por uno mismo»

«La reforma sinodal empieza por uno mismo»

La Facultad de Derecho Canónico de la Universidad San Dámaso ha celebrado este viernes, 25 de marzo, la festividad de su patrono, san Raimundo de Peñafort, con una conferencia a cargo de monseñor Luis Marín de San Martín, OSA, subsecretario del Sínodo de los Obispos. Titulada Reflexiones sobre la reforma sinodal en la Iglesia: una mirada teológica, en ella el recientemente ordenado obispo ha enmarcado este proceso de reforma en la Iglesia en la eclesiología del Concilio Vaticano II.

Un eclesiología que superaba «la de los dos grupos: los que enseñan y los que escuchan; los que celebran los sacramentos y los que asisten a ellos». Una eclesiología que es la del cuerpo de Cristo, y por tanto trata a la Iglesia como «ser vivo» que «se desarrolla, cambia; no es un fósil, no está petrificada». Y un concilio que se abre a la eclesiología del pueblo de Dios.

«Todo gira en torno a la tarea de todos los bautizados» que, en sus distintas vocaciones, «laical, sacerdotal, religiosa», entran en «comunión para enriquecer a toda la Iglesia». La Iglesia es plural, variada, «no una fotocopia«, ha dicho; «cada uno tiene su modo de seguir a Cristo». El nexo entre pueblo de Dios y cuerpo de Cristo es la comunión eucarística, el «vivir la Eucaristía como centro y culmen de la vida cristiana».

El concilio, ha subrayado, fue de reforma –término que no gustó a todos por evocar al cisma protestante–. Juan XXIII quería un conocimiento más profundo de la verdad revelada, lo que llevaría «a una autenticidad como cristianos» y a un mayor dinamismo evangelizador. «No hay que cambiar la Iglesia –decía– y sin embargo hay que cambiar algo en ella». Hablaba de una reforma «radical», la que proviene de la «identificación con Cristo».

Este, ha asegurado el obispo agustino, es el objetivo del discernimiento sinodal. Porque cualquier proceso de reforma «no se debe entender como una mera adaptación a los tiempos», sino como una «profundización en la autenticidad de nuestra fe». En una época de cierto pesimismo y a pesar de los problemas y de la «insoportable suciedad» que se aprecia, se proclama la «perenne juventud de la Iglesia», su capacidad de «renovación y revitalización».

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Crear consensos y no mayorías

Monseñor Marín se ha referido a las palabras de Albino Luciani (posterior Papa Juan Pablo I), cuando decía que «la primera reforma que realizar es en nosotros mismos». Por tanto, ¿por dónde empezar la reforma sinodal?: «Por uno mismo». Ya advertía Luciani que había que estar «atentos a los extremismos en este momento de polarización de la Iglesia», porque «pueden causar heridas profundísimas».

Por eso, ha puntualizado que el Sínodo no es una cuestión de ideologías, de grupos, de búsqueda de adeptos, porque «la pasión común es el anuncio del Evangelio». Hay que crear consensos y no mayorías, ha clarificado el ponente. El Sínodo no es asamblearismo, no se puede reducir a la comunicación o comparación de opiniones. «¿Nos creemos de una vez que estamos unidos en Cristo? –ha interpelado–, ¿que es el Espíritu quien nos orienta y quien nos impulsa?». Ya lo dice el Papa Francisco, «si no hay Espíritu Santo, no hay Sínodo».

En este sentido, el prelado ha abundado en que lo que promueve fundamentalmente el Sínodo es «la consulta al pueblo de Dios como elemento imprescindible» en este proceso de reforma. La idea es que para cualquier discernimiento se ha de escuchar al pueblo de Dios; y este discernimiento ha de ser en el Espíritu, para lo que es básica la oración. Si no, será un «discernimiento monárquico», de rey más que de servidor.

Así, ha animado a «superar el inmovilismo clericalista», esa «especie de narcisismo», en palabras del Papa Francisco, «que conduce a la mundanidad espiritual». Es, ha afirmado el subsecretario del Sínodo, «un fosilizado esquema básicamente de poder» que sitúa al Papa en su estado, al obispo en su diócesis y al cura en su parroquia, con los laicos como «meros consumidores de sacramentos» y, a lo sumo, ayudantes en aquello a lo que el párroco no llega.

Frente a esto, ha recordado que «el laico es corresponsable en la Iglesia por el bautismo» y puede asumir todo aquello «que no sea específico del ministerio ordenado». Por ejemplo, «mucho se ha tardado», ha lamentado, en «abrir los ministerios laicales a las mujeres».

Ha continuado indicando a los pastores que «no somos burócratas, oficinistas, gobernadores», y en este momento hay una «necesidad de una nueva concepción del liderazgo eclesial en línea profética», esto es, con «pasión por la verdad, unión íntima con Dios y disponibilidad para entregar la propia vida».

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Dimensión pastoral

Con la reforma sinodal, el Papa Francisco recupera la «dimensión pastoral, que debe estar en la base de toda reforma». Se trata de una opción pastoral, ha apuntado el conferenciante, que tome prioritariamente en consideración «la fe de los sencillos». Así, es imprescindible en este proceso sinodal la «conversión en humildad». «Solo el corazón humilde es capaz de abrirse a las maravillas de Dios», ha dicho. Y ha apuntado al amor como clave de todo el proceso sinodal. El lenguaje, ha dicho, debe «ser comprensible con el corazón, porque debemos transmitir vida».

El arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, que ha presidido el acto, ha retomado en la clausura la idea de la disponibilidad y la entrega para reconocer que «a veces nos cuesta mover la silla, empezando por el obispo». Pero «esta nueva época hay que evangelizarla», y para eso hay que «buscar esos caminos de anuncio». El acto ha contado también con la presencia del rector de la Universidad San Dámaso, Javier Prades, y el decano de la Facultad de Derecho Canónico, Juan Manuel Cabezas.

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