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Miércoles, 31 agosto 2022 08:31

Monseñor Martínez Camino destaca en La Granda que las reliquias, «más que de los santos, hablan del poder infinito del amor de Dios»

Monseñor Martínez Camino destaca en La Granda que las reliquias, «más que de los santos, hablan del poder infinito del amor de Dios»

La XLIV edición de los Cursos de La Granda abordó, durante los días 22 y 23 de agosto, la figura de san Isidro, un hombre que pasó de ser «un santo popular a un santo fundamental» en palabras de Juan Velarde, presidente de los cursos. Se trata del séptimo año en el que se abordan asuntos teológicos en aproximaciones interdisciplinares. Dirigido por monseñor Juan Antonio Martínez Camino, SJ, obispo auxiliar de Madrid, el curso San Isidro Labrador. 900 años de devoción y 400 de canonización se enmarca en el año jubilar concedido por la Santa Sede con motivo de esta efeméride.

Teniendo en cuenta que el cuerpo de san Isidro se conserva incorrupto, el obispo auxiliar de Madrid explicó en su ponencia introductoria el sentido de la veneración de las reliquias de los santos. Cuando son elevados a los altares, los santos pueden parecer seres inalcanzables, personajes pintorescos o, para algunos, simples muertos. Pero para san Pablo, «todos los bautizados son santos». En sus cartas se dirige a «los santos», y por tanto, en los primeros años del cristianismo, «por principio ser cristiano era ser santo».

Esto ayuda a ver lo que de verdad es un santo, aquellos quienes —y aquí citó la constitución Lumen gentium—, «siendo seres humanos como nosotros, sin embargo son transformados con mayor perfección en imagen de Cristo […]. En ellos es Dios mismo quien nos habla». «Los santos no se hacen a sí mismos», añadió monseñor Martínez Camino, «son hechos», han sido transformados por obra de la gracia de Dios. «Por eso ser santo es algo accesible para todos los seres humanos con independencia de sus cualidades», afirmó el director del curso.

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Los santos son, de hecho, «el Evangelio vivo»; más que modelos de virtudes y de fortaleza humana, destacó monseñor Martínez Camino, el Concilio Vaticano II los describe como «epifanías de Dios, como manifestaciones del poder de Dios». Ellos «traen consigo nuevas irrupciones del Señor en la historia», aseguró resumiendo la teología de nombres tan destacados como Joseph Ratzinger o Urs von Balthasar. Los santos se convierten en «señales del sentido de la historia». Cada uno de ellos «vive a fondo, en su tiempo, en su lugar y en su cultura, la salvación de Cristo».

Sobre las reliquias, el prelado se refirió al Códice de San Isidro cuando dice que su cuerpo incorrupto se mantuvo «para que fuese testigo eficaz del Salvador de los humildes». Ya en los primeros tiempos del cristianismo, contó, se daba culto a los cuerpos de los mártires, «testigos de sangre de Jesucristo». Frente a las objeciones a las reliquias, por si se abandona al Crucificado por el santo —objeciones mantenidas por Lutero—, ya santo Tomás defendía la veneración de su memoria «y todo aquello que han dejado, y sobre todos sus cuerpos», que son «templos del Espíritu Santo». Partía de san Agustín, quien afirmaba que «los cuerpos de los seres humanos no son un vestido», sino más bien «parte de la naturaleza misma del hombre». Las reliquias de los santos, concluyó monseñor Martínez Camino, «más que de ellos, hablan del poder infinito del amor de Dios».

El matrimonio «ejemplar» de san Isidro y santa María de la Cabeza

En el curso participó también Joaquín Martín Abad, canónigo de la catedral de la Almudena y capellán del monasterio de la Encarnación. Además, este 2022 ha sido fiscal en la exhumación del cuerpo incorrupto del santo para su veneración pública el pasado mes de mayo. En su ponencia, subrayó cómo «san Isidro ha pasado de ser un santo popular a un santo universal», un modelo de trabajador y, junto a su mujer, también un modelo de matrimonio.

El canónigo lanzó tres propuestas: solicitar a la Santa Sede, en este año jubilar, que san Isidro se incluya en el misal romano; instar para la provincia eclesiástica de Madrid la unión, en única solemnidad el 15 mayo, de san Isidro y santa María como «matrimonio ejemplar», y que sea a la vez memoria obligatoria para toda España; y que ambos se incluyan en el misal romano el mismo 15 de mayo, porque ellos «fueron y son uno y único matrimonio».

Una canonización «mediática»

Fermín Labarga, sacerdote, catedrático de Historia de la Iglesia de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, explicó durante el curso cómo fue la gran canonización del 12 de marzo de 1622 en la que se declaró santo a Isidro Labrador junto a Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Felipe Neri. Algún autor ha dicho, recordó Labarga, que fue «uno de los primeros eventos mediáticos en el mundo» por su repercusión universal —gracias, entre otros, a la imprenta—, y también porque es la primera canonización, se diría, de la reforma católica, acreditada por Roma a través de procesos más estructurados.

Coincidió este gran acontecimiento de 1622 con los años en los que se estaban implementando los decretos de Urbano VIII que cambiaban la praxis de las canonizaciones, «muy restrictivos» en palabras del catedrático, y que supusieron un antes y un después: entre otros, se priman las virtudes heroicas del santo frente a sus milagros y se introduce el paso previo de la beatificación, que hasta entonces no existía.

Fue extraordinaria también porque era la primera vez que se canonizaba a cinco personas a la vez, aunque en realidad fuera pensada solo para san Isidro; por el perfil «imponente» de los canonizados y la «importancia capital» de cada uno de ellos en el «proceso de reforma de la Iglesia que se estaba llevando a cabo»; y porque trajo consigo chanzas de los romanos, que aseguraban que «el Papa había canonizado a cuatro españoles y un santo».

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San Pedro, «a rebosar»

La celebración se realizó en el interior de una basílica de San Pedro «a rebosar», en la que aún no estaba instalado el baldaquino de Bernini, y donde se establecieron unas plateas para la multitud de invitados, una gestión que por otro lado hizo brillar la diplomacia vaticana. Cada congregación llevó el estandarte de su santo para la canonización y los promotores de las canonizaciones ofrecieron cirios y tórtolas, que se soltaron en la iglesia y revolotearon en algo muy esperado por los fieles. Hacía bastante frío, pero el 12 de marzo «fue una gran fiesta en Roma».

Al día siguiente, los estandartes se llevaron a cada una de las iglesias en procesión, que partió a las 15:00 horas desde San Pedro, en un recorrido que despertó el fervor popular y que la Compañía de Jesús animó con fuegos artificiales. La imagen de san Isidro se dejó en la iglesia de Santiago de los Españoles, en la plaza Navona.

Los días siguientes se celebraron misas solemnes de acción de gracias en todo Roma, con presencia de multitud de cardenales, y también en todo el orbe católico, incluido, por supuesto, Madrid. En este punto, había sido Felipe II, como rey católico que estableció la corte en Madrid, quien se dio cuenta de que los santos canonizados son reflejo de la potencia de una nación. Por eso urgió a los embajadores en Roma a agilizar los procesos de los españoles, algo que continuaron sus sucesores en el trono.

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Hombre robusto, fuerte y de gran estatura

Sobre el cuerpo incorrupto de san Isidro, Luis Manuel Velasco, presidente de la Real Congregación de San Isidro de Madrid, explicó en su ponencia los distintos emplazamientos del santo madrileño. A su muerte, en 1172 según algunas fuentes, y en 1130 según la bula de canonización, fue sepultado en el cementerio exterior de la iglesia de San Andrés, que era su parroquia; allí, en época de lluvias, las aguas se filtraban en su tumba.

En 1212 fue hallado el cuerpo incorrupto, exhumado por petición popular y trasladado al interior de la iglesia, en un sepulcro «digno», y allí comenzaron a producirse los milagros posmortem. En el Códice de San Isidro se asegura que el cuerpo estaba «intacto y sin daño», desprendiendo un «suave olor a incienso». Ya se le da el título de santo, aunque sin autorización eclesiástica.

San Isidro reposa desde hace cerca de 200 años en la actual colegiata de San Isidro, en un sepulcro que es copia de aquel que le regalaron los plateros de Madrid en 1620, y que se perdió en la guerra civil. Durante el siglo XIII, el cuerpo fue sacado con frecuencia del sepulcro por rogativas, y los files lo tocaban o rozaban. Desde entonces, se ha vuelto a abrir su sepulcro en varias ocasiones, de cuyos eventos ha quedado constancia documental, en la que se dan datos del santo: de gran estatura (1,75 metros), «está dicho cuerpo santo entero, en hueso y carne»; «cuerpo entero de hombre de gran estatura»; «con su cuerpo y carne natural aunque embebida y seca»; «aunque enjuto estaba sin corromperse cosa alguna el dicho cuerpo»; «el cuerpo tan entero que fácilmente se sacó de la caja sin desunirse miembro alguno»; estando presentes médico y cirujanos declararon que aquel cuerpo estaba «incorrupto y entero de forma sobrenatural y milagrosa»…

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En el siglo XVIII, fray Nicolás José de la Cruz escribió que era alto, robusto, de complexión sana y fuerte, el rostro redondo y lleno, poblado de barba y pelo corto en la cabeza, «que apenas le llegaba al hombro». Emilia Pardo Bazán plasmó, sobre la exposición pública de 1896, sus impresiones sobre «el ansia del pueblo de Madrid por contemplar los restos de su patrono» y el cuerpo del santo: «es un cuerpo momificado, de notable conservación», del que «sorprende la elevada estatura» y, sobre todo para ella, unos «pies largos, fuertes, con recias uñas; unos pies de labrador».

Velasco solicitó para concluir una legislación que garantice su conservación como bien material e incluso como bien inmaterial. «Es un cuerpo milagrosamente incorrupto» que ha recibido siempre un culto ininterrumpido desde su muerte. De hecho, añadió, san Isidro «se hace querer» y es venerado en todo el mundo, que «sigue evangelizando a través de su modelo de vida». Y, a imitación de Martín Abad, hizo una petición audaz: proponer a Roma que cada año que la festividad de san Isidro caiga en domingo sea año santo jubilar.

San Isidro y el arte

También intervino en el curso César García de Castro Valdés, del Museo Arqueológico de Asturias, con una ponencia sobre El arca de san Isidro y el arca santa de Oviedo. Responde así a la visión interdisciplinar de estos cursos porque, como explicaba antes de su inicio Alberto Fernández, delegado episcopal para las Causas de los Santos, «la figura de san Isidro trasciende lo exclusivamente religioso», y su vida se puede abordar desde la historia, el arte y las ciencias forenses. «En realidad, todo lo cristiano abarca todo lo humano».

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Más joven de lo que se pensaba

La convocatoria de este año finalizó con la ponencia de la doctora en medicina legal y forense y perito de la Escuela de Medicina Legal y Forense Patricia Moya, quien adelantó en primicia algunos de los resultados del estudio antropológico forense que se le ha realizado este 2022 al cuerpo del santo. Entre otros, que san Isidro podría ser más joven de lo pensado y acercarse así a la edad que se dice en la bula de canonización, y no a los 90 años que tendría si hubiera muerto en 1172. «Había escasos signos degenerativos en el esqueleto», afirmó la doctora, que apuntó de hecho a «una persona bastante joven», de entre 21 y 46 años.

El estudio, que comenzó en enero de 2022 y se llevó a cabo por un equipo de cuatro mujeres —una de ellas especialista en conservación de patrimonio—, se hizo in situ, en el camarín de la colegiata. «Fue muy emocionante», reconoció la doctora, «pudimos constatar muchos de los datos recogidos» en la ingente documentación sobre el santo.

Uno de los hallazgos fueron los restos de muelas, que «las perdió a lo largo de su vida, a diferencia de los dientes, cuya pérdida fue posmortem». Además, se percibió una fístula abierta en el maxilar que indica que en el momento del fallecimiento tenía una infección activa. Estas infecciones, incluso actualmente, comprometen la vida de las personas si no se tratan, confirmó la doctora. Igualmente, mediante la toma de muestras radiográficas se detectó también «algo metálico en la zona del cuello», que resultó ser una moneda, propio en los enterramientos cristianos primitivos.

La investigadora dejó abierta la posibilidad a nuevos análisis, ya que, entre otras cosas, no se pudieron tomar muestras de ADN porque el compromiso en esta ocasión era no tocar el cuerpo.

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