Este jueves, 24 de mayo, la Iglesia conmemora la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. En esta Jornada de Santificación Sacerdotal, un año más, un gran número de presbíteros madrileños se han revestido del blanco que los completa para celebrar –juntos y de la mano de tres obispos auxiliares de la archidiócesis– una solemne Eucaristía.
El claustro del monasterio de las HH. Oblatas de Cristo Sacerdote, adornado y dispuesto al estilo del Jesús al que se entregan, ha acogido esta ceremonia, presidida por el obispo auxiliar monseñor Santos Montoya. El prelado, acompañado en el altar por los auxiliares Jesús Vidal y José Cobo, ha agradecido, en primer lugar, la entrega a manos llenas de las hermanas Oblatas: «Vuestra vida es un signo del cielo que esperamos». Una fidelidad consagrada que, tal y como ha subrayado, «nos está recordando nuestro destino y la existencia de Dios, el encuentro definitivo con Él». Y ahí, en ese carisma, «aparece el cuidado de todos nosotros, los sacerdotes», ordenados «para el bien del pueblo de Dios» con la misión de «transformar el mundo».
«Saltad por encima de las dificultades y de las resistencias»
En torno al altar, «el lugar de la verdadera transformación», monseñor Montoya ha recordado que «toda la Iglesia es la que hace la Eucaristía y la que es hecha por la Eucaristía», como enseña la tradición. Así, en este día, «acudimos suplicando hacer nuestras las palabras del Señor: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”». Y lo hacemos, como ha destacado el prelado, «para que sepamos agradecer y perpetuar su sacrificio sagrado». Por tanto, «aprendemos del sacrificio de Jesucristo para interiorizarlo». Esa «es la labor del Espíritu: interiorizar nosotros al Señor su palabra, para que pueda ser mostrado a los demás conforme a la voluntad de Dios».
Con el agradecimiento y la posibilidad de la entrega que Dios los concede, el obispo auxiliar ha animado a los presentes a «saltar por encima de las dificultades y de las resistencias». Porque «no va a ser una entrega que brota de nuestra propia habilidad», sino que «es la consecuencia del empujón del Espíritu y, si es del Espíritu, será la imitación del Maestro».
Ser ocasión de alianza con Dios y los hermanos
Asimismo, ha agradecido, al estilo del Señor, «ser ocasión de alianza con Dios y con los hermanos, ser mediadores entre Dios y los hombres». Sin olvidarse, en ningún momento, de la oración, que «se alimenta de una entrega cotidiana de amor» porque «nuestro culto agrada a Dios cuando allí llevamos los intentos de vivir con generosidad y cuando dejamos que el don de Dios que recibimos en Él se manifieste en la entrega a los hermanos». Y hacerlo, con «el mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico», que es «mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia». Porque ésta, ha subrayado, «no es solo el obrar del Padre», sino que «se convierte en el criterio para saber quienes son realmente sus verdaderos hijos». La misericordia, ha aseverado el prelado, a imitación de las palabras del Papa Francisco, «es la llave del cielo y la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia».
El sacrificio de Cristo «que le llevó a la perfección del amor», ha concluido el obispo auxiliar, ante la mirada atenta de todos los fieles, «nos exige la entrega por amor». Por tanto, «"con Cristo, por Él y en Él", estamos capacitados para decir, con la vida, “tomad, esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”».
