Detrás de cada grupo de peregrinos que camina, canta, celebra y se emociona, hay alguien que madruga, carga cajas, organiza comidas, coordina horarios… y sonríe, esto último es fundamental. En la peregrinación de la Delegación de Jóvenes, una de esas personas se llama Myriam Más, tiene 19 años, estudia Terapia Ocupacional y es la voluntaria más joven del equipo. Pertenece a la parroquia de Santa Teresa de Jesús de Tres Cantos.
Podría estar disfrutando del viaje como una peregrina más, pero eligió servir. Y lo tiene claro: «El espíritu de entrega tiene que estar primero; el disfrute viene después».
Un comienzo sin grandes planes… pero con mucha verdad
Todo empezó con una invitación. Nada heroico. Solo alguien que confía en ti y te dice: «¿Por qué no te animas?». Myriam dijo que sí, sin saber que ese pequeño gesto se convertiría en un compromiso real. En apenas un año, ha participado en el gran evento veraniego de la Delegación, ha regalado sus lunes a reuniones y preparaciones, y ha descubierto que la alegría no siempre va de la mano del descanso, sino del sentido.
«No se trata de devolver favores, ni de cumplir por quedar bien. Lo haces porque quieres servir. Y eso, cuando es sincero, acaba siendo muy feliz», explica.
Referentes que alimentan, en todos los sentidos
Al hablar de los que le inspiran, no menciona influencers, ni discursos virales. Habla de Rocío y José Manuel, Quique y Chus, matrimonios de su parroquia que, cada verano, cocinan para los campamentos. «No solo nos alimentan; se convierten en nuestros padres durante esos días. Los ves dejar su tiempo, su casa, sus vacaciones… y entiendes que la entrega no tiene edad».
Son ejemplos silenciosos. Sin muchas palabras, pero con una vida que grita generosidad.
Lo que se necesita no está en el currículum
Myriam no presume de títulos ni habilidades técnicas. Pero tiene claras tres cualidades que todo voluntario debería cultivar.
Espíritu de servicio: «Venimos a darnos. No hay otra».
Capacidad de disfrutar: «Cuando sirves con alegría, eso se nota. Y contagia».
Flexibilidad y confianza: «Nada sale tal cual lo planeaste. Y eso está bien. Dios siempre tiene su propio plan».
Y lo dice con la paz de quien ha aprendido a soltar el control… y a dejarse sorprender.
Un voluntariado que se convierte en amistad
Quien piense que los voluntarios son solo «la parte de atrás del escenario», se equivoca. Myriam lo cuenta con ternura: las reuniones no son solo para organizar. A veces comienzan a las siete y acaban con cena, risas y charlas hasta tarde.
«Trabajar codo a codo te muestra dónde eres fuerte… y dónde necesitas ayuda. Pero cuando lo haces en comunidad, eso ya no pesa. Porque juntos, somos más fuertes».
Para quien aún duda
A los que no se atreven a dar el paso, Myriam no les lanza un sermón. Solo una invitación sincera: «Empieza por algo pequeño. A veces ni te das cuenta, pero acabas recibiendo mucho más de lo que das. Prueba. Luego decides si te quieres quedar».
Cuando servir te cambia por dentro
Lo que más impresiona en Myriam no es su juventud. Es su madurez tranquila, su mirada llena de cariño, su convicción suave pero firme. No viene a salvar el mundo. Viene a ofrecer lo que tiene. Y a aprender. Y, en ese proceso, inspira.
Su historia es la de tantos jóvenes que no hacen ruido, pero construyen Iglesia con sus manos, su tiempo, sus ganas. Porque el voluntariado no solo ayuda a otros. También transforma al que sirve.
Quizá tú seas el siguiente. Solo hay que decir que sí.