El 15 de mayo de 2017 se puso en marcha en la Archidiócesis de Madrid el Servicio de Asistencia Religiosa Católica Urgente (SARCU), un dispositivo pastoral único que, desde entonces, permite que «un sacerdote esté disponible para atender situaciones urgentes fuera del horario habitual de las parroquias».
Testimonio Alejandro Carrara, sacerdote diocesano y formador del Seminario Conciliar de Madrid
No dejo de pensar en lo que hay detrás del SARCU. Más que una estructura o un servicio, aunque lo sea, para mí es un signo vivo y sencillo de lo que la Iglesia está llamada a ser: cercana, disponible, compasiva. Vivimos en un mundo que no para de correr, que solo mira hacia adelante y que muchas veces se olvida de mirar a los lados, donde están los marginados, los que no cuentan, los que no son escuchados. Y, sin embargo, la Iglesia se detiene. Tiende la mano. Está.
SARCU encarna esa presencia fiel de la Iglesia. Es una pequeña gran respuesta al sufrimiento silencioso que tantas veces pasa desapercibido. Es la Iglesia que se hace cercana en la noche, donde la enfermedad, la soledad, la tristeza de quien se despide y de sus familias se hace muy presente. Y no solo a través del sacerdote que acude, sino también de laicos comprometidos que colaboran, acompañan, coordinan y sostienen. Todos ellos hacen posible que Cristo llegue a tiempo.
Cuantas personas están en los pasillos silenciosos de un hospital o en sus propias casas a la puerta de una habitación donde un ser querido se va o en la soledad más absoluta donde parece que la vida no tiene sentido, donde se preguntan si Dios se olvidó de ellos. Es ahí donde SARCU tiene sentido, porque es la respuesta al grito desesperado de quien cree que lo ha perdido todo, para mostrarles que no están solos, que Dios no olvida, todo lo contrario que Dios junto con su Iglesia siempre está.
Para mí, el SARCU es también un lugar donde se aprende a escuchar de verdad, en un mundo donde necesitamos escucharnos más. Escuchar sin prisa, sin juicio, sin recetas ni formulas. Escuchar con el corazón abierto al sufrimiento y a la situación que vive el otro, como lo haría Cristo. SARCU no es una carga. Es una gracia. Es una oportunidad concreta de vivir el Evangelio con los pies en el suelo y el corazón en el cielo. Por eso creo que SARCU se tiene que cuidar, valorar y sostener, porque la Iglesia que vela, que acompaña y que consuela, es la Iglesia que el mundo necesita.
Testimonio de Javier Martín Langa, vicario parroquial en San Antonio de las Cárcavas
El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres" (Salmo 126,3). Hoy quiero dar las gracias personalmente por estos 8 años de SARCU en la diócesis de Madrid. Ocho años de noches largas, de llamadas de teléfono que se convertían en consuelo, de escuchar con el corazón y de sembrar esperanza gracias a los sacramentos.
Gracias a cada persona que ha sido parte de este camino, porque juntos hemos visto cómo Dios ha hecho germinar la vida donde parecía no haberla. Que sigamos siendo abrazo, escucha y luz en medio de la noche.
Testimonio de Pablo Genovés, coordinador del SARCU
El primer asombro emocionado que me provoca el SARCU es hacia los sacerdotes que formamos parte de este servicio. Comenzamos siendo unos 45 —una cifra modesta—, pero cada noche, ese “puñadillo de curas” suplica al Señor que, cuando suene el teléfono, Él esté presente en nuestros corazones y en nuestros labios, para poder anunciar el Evangelio, la Buena Noticia.
También me conmueven profundamente los acompañantes. Laicos, laicas, religiosos y religiosas que, sin esperar nada a cambio, nos llaman y nos ofrecen su tiempo, su ayuda, su compañía. Quieren que la sociedad sepa que quien acude a consolar y sostener es la Iglesia. Porque, más allá del sacerdote, somos la Iglesia de Madrid —con nuestras luces y nuestras debilidades— que se hace presente.
Otro aspecto que me llena de asombro es el papel silencioso, pero imprescindible, de tantos laicos que, desde su vida cotidiana, sostienen el SARCU de maneras muy concretas: colocando un cartel, ofreciendo el número del servicio en un hospital, o simplemente rezando por nosotros. Recuerdo especialmente a personas mayores que nos dicen que no pueden salir a acompañar, pero que cada noche rezan para que todo salga bien. Esa es también la Iglesia: hecha carne, rostro, personas y vidas concretas que hacen posible este servicio.
Y hay un tercer asombro emocionado: quienes llaman. Hombres y mujeres que, en medio del dolor, de la angustia o de la muerte, recurren a nosotros. La profundidad de ese sufrimiento muchas veces no se puede poner en palabras. Pero ahí, en medio de la noche, se manifiesta la presencia de Dios.
Sin embargo, el mayor asombro emocionado del SARCU ha sido, es y seguirá siendo siempre esa persona que, en un momento determinado de la noche, levanta el teléfono y llama. Esa llamada es el verdadero corazón de este servicio de asistencia religiosa urgente. Esa llamada lo justifica todo.