El 1 de febrero de 1986, el cardenal Ángel Suquía, arzobispo de Madrid, «promulgó un decreto donde invitaba a que se articulasen los consejos pastorales parroquiales». Era una decisión que, como explica José Luis Segovia, vicario Pastoral de la archidiócesis, respondía a las intuiciones del Concilio Vaticano II y animaba a los laicos a participar en estos órganos consultivos y no vinculantes para discernir comunitariamente cómo evangelizar mejor. Era una recomendación, algo no obligatorio.
38 años más tarde, el 26 de octubre de 2024, el documento final del Sínodo, dedicado a la sinodalidad, también recomendaba encarecidamente implementarlos. Y ahora, en el caso específico de la archidiócesis de Madrid, un nuevo decreto firmado por su arzobispo, el cardenal José Cobo, hace obligatoria su puesta en marcha en cada una de las parroquias del territorio antes del 31 de diciembre de este año.
Aunque la decisión se ha comunicado siguiendo los cauces pertinentes del derecho canónico, José Luis Segovia, asegura que, con ello, «queremos evangelizar mejor» y pide trascender la lógica legalista, pues «los consejos no son un simple instrumento de gestión ni un órgano burocrático» en el que tomar decisiones de manera parlamentaria. En su lugar, ilustran «la realidad de la Iglesia como comunidad de bautizados».
Un elemento que ya se trazaba en 1964 en la constitución dogmática conciliar Lumen gentium, pero que «todavía estaba pendiente de ser desarrollado». «Antes era un deseo; ahora es una obligación que nos tomamos como Iglesia local en Madrid», recalca Segovia.
El motivo para hacer obligatorios estos consejos pastorales parroquiales —que ya funcionaban en muchas comunidades (en la imagen, una reunión del consejo de la parroquia Santísima Trinidad de Madrid)— es, según el Vicario Pastoral, que «queremos evangelizar mejor». «Jesús mandó de dos en dos y no puede ser que en las parroquias hagamos un trabajo de francotirador», compara. Llama a «formar comunidades cristianas de bautizados corresponsables» porque cree que «tenemos parroquias, pero eso no quiere decir que tengamos comunidades».
Planificar, programar y evaluar
Bajando a lo más práctico, entre sus misiones, los consejos deberán «planificar las tareas de la vida pastoral, programar el curso y evaluar las acciones para ver cómo se atiende mejor y cómo se colabora mejor con las realidades eclesiales». Una tarea que implica otra derivada: «Generar relaciones con hospitales, colegios, residencias» y, naturalmente, con otras parroquias vecinas. Considera un problema grave que «una parroquia vaya muy bien y otra muy mal» y reivindica que «estamos caminando hacia un modelo en el que el territorio se ocupe de las realidades que tiene alrededor».
Estos consejos pastorales parroquiales deberán reunirse como mínimo una vez al trimestre pero, recalcando la importancia de ir más allá de la letra, el Vicario Pastoral considera «aconsejable que se reúnan mensualmente».
Estarán formado por tres tipos de miembros: los natos, que son el párroco, los vicarios parroquiales, los diáconos y los laicos con ministerios estables de lectorado, acolitado o catequista; los elegidos, «que son representantes de las acciones pastorales dentro de la parroquia», como quienes se dediquen a la caridad, la liturgia, la catequesis o la formación, un grupo de matrimonios o «cualquier comunidad de vida consagrada,» y los designados por el párroco, que no pueden ser más de cuatro.
Todos estos servicios «se nombran por cuatro años» y al final de cada periodo se renueva un tercio de ellos «para evitar que se nos enquisten».
Isaac Abad participa en el consejo pastoral de la parroquia Cristo Sacerdote. Explica que en él «sobre todo preparamos los momentos fuertes de la Iglesia», como la Pascua. A su juicio, «el párroco tiene que saber cómo es la feligresía y qué actividades hay», por lo que el órgano es especialmente útil cuando llega un sacerdote nuevo.
En su parroquia, entre los aproximadamente 15 miembros del consejo, hay representantes de todas las realidades eclesiales que tienen actividad, incluso de Life Teen, un proyecto encabezado por adolescentes pero que tiene igualmente silla y voz en las reuniones a través de Clara, una joven feligresa.