España

Lunes, 14 noviembre 2016 13:10

Monseñor Barrio preside la solemne ceremonia de clausura del Año Jubilar extraordinario de la Misericordia

«La Puerta de la Misericordia como símbolo se ha cerrado pero queda siempre abierta la Puerta que es Cristo que nos llama a vivir en santidad y justicia todos los días de nuestra vida». Así lo dijo en la catedral compostelana el arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, en la Eucaristía solemne con la que se clausuró en la Diócesis el Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia. El arzobispo recordó que «muchas han sido las personas que han pasado por la Puerta de la Misericordia, acercándose al Señor para hablar con Él en la celda interior de su alma y vivir la experiencia de su misericordia para ser misericordiosos como el Padre celestial, siendo testigos del amor misericordioso de Dios en la familia, en la sociedad, en el mundo de la cultura y en la profesión laboral».

Una solemne ceremonia en la basílica compostelana puso fin este domingo, 13 de noviembre, al Jubileo Extraordinario de la Misericordia en la Diócesis de Santiago. Antes de la Eucaristía se procedió a cerrar la Puerta de la Misericordia. La procesión litúrgica se encaminó por la Puerta de Platerías y la Plaza de la Quintana hacia la Puerta de la Misericordia. Todos fueron entrando por ella y, por la derecha de la girola, se encaminaron en línea recta hacia el Pórtico de la Gloria. El último en entrar fue el arzobispo.

Monseñor Barrio, vuelto hacia la Puerta, acogió con las manos las dos hojas de la Puerta que iban empujando dos acólitos, hasta cerrarla por completo. Cerrada la Puerta de la Misericordia, la procesión se dirigió al altar, donde los acólitos entregaron al arzobispo la bandeja con la llave de la Puerta de la Misericordia.

En su homilía, monseñor Barrio dijo también que «la Iglesia quiere que pensemos en nuestra salvación. En una sociedad como la nuestra, en la que queremos gestionar todo tipo de seguridades ante cualquier evento, el futuro nos preocupa porque ninguno es don de la historia ni de los acontecimientos que la escriben. Pero esto no nos debe llevar a vivir una permanente desazón, a no esperar nada ni a creer en nadie. Jesús nos tranquiliza frente a los agoreros que anuncian calamidades sin fin».

Y evocando el Concilio Vaticano II, el arzobispo indicó que «trabajemos tanto en la Iglesia como en el mundo, día y noche. El mensaje cristiano no nos aparta a los hombres de la edificación del mundo ni nos lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino al contrario, imponerles como deber hacerlo».

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