«La realidad de la trata siempre ha estado en la entraña del padre, pero ahora la Iglesia de España la pone en el centro» y esto es una gran «esperanza» para todos los que trabajan para su erradicación. Así lo expresa Consuelo Rojo, adoratriz, que agradece que la Conferencia Episcopal Española (CEE) haya elegido como proyecto social para este año jubilar de la esperanza precisamente la tarea contra la trata de personas.
Además de una importante campaña de sensibilización llevada a cabo a través de una serie de vídeos que muestran signos de esperanza ante esta lacra social, dos son los momentos relevantes que se viven en estas semanas. El primero fue la participación, invitados por la CEE, en el Jubileo de los Migrantes, el 4 de octubre en Roma. «Fue un regalo para las mujeres que atendemos», señala Consuelo, «pero también para mí». Poder hacer la peregrinación hasta San Pedro, cruzar la puerta santa. A la religiosa se le quiebra la voz cuando lo recuerda. «Nunca jamás imaginé que iba a venir a Roma, y menos de esta manera», le dijo una de las mujeres. Y otra, después de confesarse, aseguró: «Pensaba que nunca jamás me iba a quitar este peso, así».
Ahora, este Jubileo vivido en Roma se traslada a cada diócesis, para celebrar «poniendo en el centro a quien lo está pasando mal, y esto ya es un signo de esperanza». En Madrid, será con una Eucaristía jubilar el próximo domingo 26 de octubre, a las 12:00 horas, en la catedral.
Situación actual de la trata
Hay distintas finalidades en la trata de personas (laboral, delictiva, para mendicidad, matrimonios forzados, gestación subrogada, adopciones ilegales), pero «la más conocida» y la que se da en mayor medida «es la sexual». En este punto, la adoratriz aclara que «toda la trata es delictiva, pero no es lo mismo la trata con fines de explotación laboral que sexual: la prostitución daña lo más profundo del ser humano».
Y también matiza que «no toda la trata es para la prostitución ni toda la prostitución es trata, pero caminan de la mano».
Consuelo Rojo es adoratriz desde hace 25 años. Reconoce que en este tiempo han cambiado las formas, pero no el fondo. Cuando ella empezó en esto, siguiendo las huellas de la fundadora de su congregación, santa María Micaela, «nos trataban de locas», porque entonces «había mucha impunidad», y sin embargo ahora «nadie cuestiona que sea un delito». Pero «estamos lejísimo de acabar con la trata».
La prostitución, cuenta, se ha ido adaptando conforme las leyes son más restrictivas. Antes las mujeres estaban en la calle y en los clubes de carretera, y ahora, «invisibles» en pisos. Las redes de captación funcionan más en el mundo virtual, y las plataformas de pago por sexo se abren hueco. No niega Consuelo que haya mujeres que lo elijan, pero «yo no conozco a ninguna que teniendo la oportunidad de ser banquera haya querido estar en la prostitución».
Ellas, las adoratrices, conocen la prostitución vinculada a la vulnerabilidad. Puro carisma fundacional: María Micaela, de la alta sociedad madrileña del siglo XIX, inició su obra cuando conoció en un hospital para mujeres pobres a una joven sifilítica, hija de un banquero caída en desgracia. Empezó a fundar lo que entonces se conocía como colegios de reeducación. Concepción Arenal alabó por escrito la labor de las adoratrices: «Utilizan métodos innovadores porque no se utiliza el castigo, sino el amor». «Cuántas mujeres de Iglesia —reflexiona Consuelo— no han dejado la vida por otras mujeres, por esa llamada de Dios».
Ese amor fundante continúa en el ser de las adoratrices. «Cuando te voy hablando, me vienen mujeres...», nos dice. Como aquella colombiana que ya ejercía allí la prostitución, con violencia de pareja, incestos en la infancia, y que en España, aun ejerciendo, estaba mucho mejor que en su país. «Los tratantes afinan métodos: ahora no te quitan el pasaporte, no te encierran; la coacción van más a lo psicológico, “sé dónde vive tu familia”». Antes, les quitaban todo el dinero; ahora, no, con lo que incluso pueden mandar a sus familias. «¿Quién va a pensar que es víctima de trata si gana dinero?».
O esa niña peruana de 12 años que se vio en la calle, abocada a venderse, que ya en España, después de 30 años de ejercicio de la prostitución, fue cuando tomó conciencia de que había sido víctima de trata. «No había conocido otra cosa; para ella era lo normal». O aquella otra nigeriana, a la que no dejaron sola, «siempre tirando de ella», porque a veces lo que necesitan las mujeres es «silencio para que vayan siendo conscientes de su propia dignidad». «Y este es el Reino de Dios, que las mujeres vivan y tengan vida en abundancia».
Detección y sanación
Y así, muchas veces, después de un primer trabajo de detección de la trata (en el aeropuerto, por ejemplo, donde ya la Policía tiene el olfato hecho a estos casos y se los pasan a las entidades sociales), viene el acompañamiento. «No se hace en un día ni en una entrevista». Hay tanto que sanar... Neftalia, de origen sudamericano, víctima de trata: «Física y psicológicamente, para mí es como si hubiera estado en el infierno».
La esperanza es que muchas mujeres han logrado salir de ese infierno. Y aunque no hubieran sido muchas, las adoratrices dirían lo mismo que su santa fundadora: «Por una sola daría la vida».