Antonio Amundarain Garmendia (Elduayen, Guipúzcoa, 1885 – Madrid, 1954) era un niño frágil. Por eso, su madre lo mandó de monaguillo para evitarle los trabajos del caserío en el que nació y vivió. Tenía que caminar hasta llegar a la parroquia y, para no gastar los zapatos, se los quitaba e iba descalzo. «En el caserío hay mucha pobreza, pero hay mucho amor», recordaba Amundarain ya de mayor.

Hablamos de él y de la fundación que nació de su corazón, el Instituto Secular Alianza en Jesús por María, con Isabel Salvador, directora general, y Mari Carmen Fernández, su predecesora hasta este mismo mes de agosto (en la imagen inferior, a la izquierda y derecha, ante la tumba de Amundarain).

Fue en una parroquia de San Sebastián, bajo la protección de la Virgen del Coro, donde floreció en el corazón de Amundarain, ya sacerdote, una nueva obra para la Iglesia. Encargado de atender a las catequistas, percibió que había muchas que tenían una llamada a la vida consagrada pero no a una vida de clausura, que era entonces la única forma de consagrarse. «¿Por qué no la consagración en el mundo?», se preguntó. Era el año 1923. Y el Señor, como él mismo reconoció, empezó su obra.

Siendo un sacerdote diocesano y «muy de Iglesia», un día de 1925 citó a 20 mujeres con las que hablaba en el camarín de la Virgen del Coro para hacerles la propuesta de un nuevo compromiso de vida consagrada en el mundo. De ellas, aceptaron 12. Fueron las primeras, aunque habrían de pasar más de 20 años para que la Alianza en Jesús por María fuera reconocida como instituto secular a raíz de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, firmada por el Papa Pío XII en 1947. De hecho, es el primer instituto secular de España, con los tres votos de obediencia, pobreza y castidad vividos según su carisma, que es el de «mostrar el rostro virgen de Cristo, especialmente con el testimonio de vida, ahí donde cada una se encuentra», y su estilo.

Las aliadas, que así es como se llaman a sí mismas, no viven en comunidad, sino cada una en su propia casa. «No hay vida en común, sino en dispersión, cada una con su propia profesión civil». Hay profesoras, funcionarias, trabajadoras del Metro, alguna azafata, y hasta una que fue alcaldesa e incluso una militar, una «estadounidense que tomó parte en la Guerra del Golfo». «Lo nuestro es la vida laical desde la consagración, viviendo nuestra entrega al Señor en las fronteras de lo cotidiano de cada día», resume Isabel.

Aunque no residen juntas, las aliadas tiene una reunión formativa todas las semanas y un retiro mensual que celebran en las casas propias que tiene el instituto para tales fines. En Madrid se encuentra la Casa Central, que fue comprada por el fundador con la aportación de 100 pesetas de cada aliada, y en Griñón está la casa de formación, donde se encuentra enterrado Amundarain. Hasta allí se trasladó desde la Sacramental de San Isidro —donde fue sepultado inicialmente— cuando fue declarado venerable, en 1995.

Un rápido crecimiento

El número de aliadas creció muy rápido en sus inicios, y sin parar. Llegaron a ser 3.000, y más de 300 en Madrid. En la actualidad hay 59 miembros que pertenecen a Madrid centro y localidades de alrededor, y hay aliadas en España, Italia, Ecuador, Argentina, República Dominicana, Puerto Rico, México (imagen inferior), Panamá y Nueva Jersey (Estados Unidos). En África hay dos candidatas en Uganda y El Congo. Estas van de la mano de dos sacerdotes que estuvieron en Madrid estudiando en la Universidad de San Dámaso y conocieron el instituto. Lo bueno, reconocen las aliadas, es que, por su propio ser, son vocaciones que se quedan en el país.

El apostolado es muy variado: catequesis, ministros extraordinarios de la Comunión, atención a sacristías, Cáritas, consejos pastorales… Y también en la vida civil, que si a una le toca ser presidenta de su comunidad, pues lo es, ríen Isabel y Mari Carmen. Junto a las aliadas han crecido con ellas laicos y sacerdotes, muchos diocesanos porque tienen alguna colaborando en su parroquia, que forman la Familia Aliada. 

Los retos de las aliadas tras el centenario

Con el rápido crecimiento de las aliadas en sus inicios, se vio la necesidad de un cambio de residencia, y así es como el fundador se trasladó a Madrid en el año 1946, yéndose a vivir a la residencia sacerdotal San Pedro. En el año 47, con la aprobación de los institutos seculares, Amundarain vio respaldada por la Iglesia la obra que le había inspirado Dios y dejó de ser director de su fundación.

Cien años han pasado ya desde el nacimiento de las aliadas y este 2025 lo han celebrado con multitud de actos pero con una nota característica: siempre en acción de gracias por el don recibido. El centenario se inauguró el 8 de diciembre de 2024 con una Eucaristía en la catedral de Getafe presidida por el obispo Ginés García, a la que siguió una peregrinación por los lugares del fundador.

En julio peregrinaron a Roma para dar las gracias a la Iglesia por la aprobación del instituto y un mes después volvieron para tener una audiencia con el Papa León XIV. «Te mira y te escucha; te sientes acogida», señala Isabel de su encuentro con el Pontífice. Asimismo, con motivo de la efeméride se ha producido un musical, Más allá, de Rogelio Cabado, que se estrenó en Getafe y se ha representado en Zamora, Valladolid…

Se han celebrado también multitud de Eucaristías de acción de gracias en todos los lugares donde hay presencia aliada, e incluso en aquellos donde la hubo y ya no. Por ejemplo, en el Colegio Virgen Blanca de León, que ahora pertenece a una fundación, «pero quisieron reconocer sus raíces».

El cierre del centenario será en la catedral de Santa María la Real de la Almudena este sábado 29 de noviembre, a las 19:00 horas, con una Eucaristía que estará presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid.

Esta clausura supondrá la apertura de una nueva etapa para el instituto marcada por los siguientes retos: ser Alianza en salida a los surcos de la historia; profundizar en una espiritualidad de comunión de la mano de María, y ser conscientes de que «el Señor quiere amar al mundo a través de nosotras con ojos de misericordia». Reto este que se convierte en misión.