Toda la vida lleva Carmen visitando a la Virgen de la Paloma el 15 de agosto. Vestida de chulapa con un toque goyesco, esta mujer que pasa de los 80 aún mantiene el vigor de la juventud. Ella es la que borda el pañuelo que usan los Bomberos del Ayuntamiento de Madrid para llevar el cuadro de la Virgen. Lo dice con orgullo y emoción, porque «yo a mi Paloma no hay quien me la quite», y añade también en la ecuación a «mi Jesús de Medinaceli». Este año, como los últimos, volverá a pedir salud. «Teniendo salud, tengo todo», sentencia.
Como Carmen, miles de madrileños (legítimos y legitimados se diría) y quienes vienen de fuera a disfrutar de estas fiestas de la Paloma han pasado por las calles que rodean a la parroquia, engalanadas para la ocasión con mantones de Manila colgados de lado a lado de las casas y con más de un organillero que llevan a todas las esquinas los sonidos más castizos.
Decenas de personas se han congregado ya a las puertas de la parroquia para venerar a la patrona popular de Madrid, después de que Juan Miguel Gil, en nombre de todos los Bomberos del Ayuntamiento de Madrid, la haya bajado de su retablo. Allí, en la cola, espera su turno Inma. Es la primera vez que acude, «siempre he estado en el pueblo», y aunque asegura que este año no hay motivo especial para haberse hecho el viaje de propio a Madrid, se emociona hasta las lágrimas cuando nos cuenta que su hija está a punto de dar a la luz y que le va a pedir a la Virgen «que todo salga bien». Su primer nieto. Y va a pedírselo a una especialista en esto, porque la Virgen de la Paloma cuida con especial delicadeza a las embarazadas y los niños.
La fe mueve a ponerse a los pies de la Virgen, aunque no a todos. Aarón, por ejemplo, ha ido simplemente a acompañar a su madre. Tiene 21 años, nunca había estado en La Paloma pero esta vez siente curiosidad. «Yo tengo mis creencias, aunque respeto y quiero entender lo de otras personas», señala, con sencillez. También asegura que no besará a la Virgen, «solo la miraré», y que está «abierto» a lo que pueda pasar. Pues quizá, como señalaba el párroco Gabriel Benedicto en una ocasión, que se haga preguntas: «¿Y si Jesucristo, el hijo de la Virgen, fuera la respuesta de la vida?».
La pequeña María, de 7 años, recién perdidos sus dientes delanteros de leche y asomando ya los definitivos, también va a ver a la Virgen por primera vez. Esperando en la cola que se ha formado ya fuera del templo, ha sabido apreciar la belleza de la plaza de la Paloma, no solo por la sombra de los árboles y los edificios antiguos, sino por la Belleza que hay dentro del templo. «Siempre nos pillaba fuera esta fiesta», cuenta su madre, Isabel, «y además coincidía con el cumpleaños de uno de mis otros hijos; pero como este año no está…», pues madre e hija van a la Virgen. «Que nos cuide mucho», le pedirán a una Madre de esperanza, de misericordia y de fraternidad, como ha resaltado el obispo auxiliar de Madrid Vicente Martín durante la Eucaristía solemne.