José Antonio Álvarez, obispo auxiliar de Madrid, fallecido este miércoles 1 de octubre, participó hace unos meses en una de las sesiones del Curso de Conferencias para Nuevos Evangelizadores organizado por la Delegación Episcopal de Catequesis. Presentada por Óscar García Aguado, vicario de la Vicaría V, se refirió al obispo como «hermano y amigo desde que entramos al seminario juntos». Efectivamente, ambos cursaron los estudios y se prepararon juntos para el sacerdocio. Este 2025 habían cumplido sus bodas de plata sacerdotales (en la imagen, el obispo auxiliar junto a sus compañeros de curso celebrándolo en Roma).
«Hemos compartido tanta vida», recordaba, y habló de él con las siguientes palabras: «¿Qué os voy a decir? ¿Que es un hombre de Dios? Eso lo sé desde que era seminarista. ¿Que es un hombre de finura espiritual? Lo dice hasta su currículum académico. ¿Que es un hombre de razón certera? Esa es su característica; si hay alguien que tiene, dentro de la diócesis, las claves de discernimiento y razón certera, desde luego para mí es don José Antonio».
«Un sacerdote diocesano de Madrid —continuaba—, una persona que ha vivido muy cerca el seminario prácticamente desde que fue ordenado sacerdote», aunque sus comienzos pastorales fueron en la parroquia Nuestra Señora de la Fuensanta. Allí estuvo los dos primeros años tras ordenarse, para pasar a ser formador del seminario menor, después director del seminario mayor y finalmente, rector, hasta que fue nombrado obispo auxiliar.
«Y como hermano, un sacerdote confidente, amigo, que te sabe aconsejar», añadía García Aguado. «Este don del Espíritu Santo es muy necesario en la vida de la Iglesia y él desde luego también lo tiene». Concluía afirmando que, gracias a este regalo «que ha hecho la Iglesia a través de nuestro Papa» de contar con él como obispo, se podría «orientar la vida de la Iglesia aquí en Madrid, por los años que pueda estar, y se lo agradezco de corazón».
En aquella ocasión, Álvarez concluía un contundente: «Todos necesitamos acoger el don de la esperanza, que es la razón por la que vivir y desde dónde vivimos y para qué vivimos». «Somos amados por Dios», resumía.