Quién decís que soy yo

Suena en medio de la vida, en medio de todo lo que nos pasa: las ganas de vivir, de reír, de disfrutar… Pero también en medio de esos momentos en los que todo se derrumba, cuando parece que no hay salida, cuando la oscuridad pesa, cuando la soledad se mete hasta la garganta y solo tú sabes lo que sientes. Y, si miramos alrededor, tampoco el mundo pinta demasiado bien. Hoy estamos aquí reunidos, pero hay muchos lugares del planeta donde sería imposible. Allí, la música que se escucha no son guitarras ni coros, sino bombas, disparos y violencia. Jóvenes como vosotros que sufren, o que creen que la violencia es la única salida.

Por eso, cuando el Papa Francisco abrió este Año Jubilar, nos invitó a encender algo que parece frágil, pero es más fuerte que todo: la esperanza. Una esperanza que no es un sueño ingenuo, sino una llama que puede cambiar vidas y transformar el mundo.

Dios no nos deja solos. Se ha hecho uno de nosotros hace 2025 años y se ha hecho carne en Jesús; se queda con nosotros para darnos las claves concretas para ser felices y vivir con esperanza. 

El problema es que muchas veces no entendemos esa felicidad que propone Jesús. Pensamos que la felicidad es hacer lo que todos hacen, tener cosas, acumular seguidores, aparentar o sentirse siempre bien maquillando el dolor y los problemas. Pensamos que feliz es quien vive en un “estado de felicidad permanente” en redes, de que todo nos salga bien, de sentirnos “genial” siempre: viajes, fiestas, experiencias intensas, momentos para compartir y coleccionar.

Eso está bien y da alegría, pero solo por un rato. O la buscamos dependiendo de que nos quieran o nos miren bien y tengan buena imagen de nosotros, sin saber qué hacer con la soledad, la enfermedad o las cosas malas de la vida. Hay una Esperanza de verdad. La esperanza tiene un nombre: Jesús.

Él nació y vivió como nosotros, fue joven, amó, sufrió, murió y resucitó. Y en todo eso nos mostró la manera de ser felices entrando en el corazón de Dios, en su amor, su misericordia, su confianza en nosotros. Por eso hoy estamos aquí: para celebrarlo, compartirlo, y poder decir a los amigos que este camino merece la pena.

Mucha gente piensa que la fe está pasada de moda. Muchos amigos no creen. Y tiene lógica: tal vez nunca se han encontrado de verdad con Jesús. A veces nosotros mismos hemos reducido la fe a ritos, a normas, a prohibiciones; como si la fe fuera un manual o un club de fans en vez de un encuentro vivo con Jesús. Y entonces Jesús nos mira hoy y nos pregunta hoy para desmontarnos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Fijaos a vuestro alrededor. Es un reto preguntarnos en qué creen nuestros amigos, en qué ponen su esperanza.

Pero, sobre todo, hay otra pregunta más íntima, que solo tú puedes responder: “Y tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Quién soy yo para ti?” Ahí empieza todo: en la respuesta personal. Porque en esa respuesta se juega tu fe, tu esperanza y tu camino.

Para responder te ofrezco tres pasos:

1.- Escucha a Jesús.  

Habla con Jesús. No digo si rezas oraciones, o si le dices cosas. Me refiero a escucharle en tu corazón y en los ecos que deja en medio de nuestro mundo. Jesús habla. Te habla y desea que le escuches. Nuestra fe no es una idea, es una esperanza que toca la vida.La voz de Jesús no es como un video de Tiktok, rápida, neutra, anónima.

A veces es un susurro. Otras, un silencio. Otras, es como un beso en el alma o como una llamada, pero nunca agresiva y aterradora. Es la voz del amor que siempre te deja libre, que no te obliga. Solo espera que lo escuches y que entres en relación y en diálogo de amistad con Él. Por eso Dios te habla y así llega a tu corazón. Y espera lo que haga falta, porque quiere que te sientas amado y amada.

Es una voz que te elige, te da esperanza y te pregunta, como quien te quiere: ¿Quién soy yo para ti? Que cada uno se pregunte: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿Qué me pide Jesús ahora? ¿Creo que puede cambiar mi corazón?

2.- Camina con los discípulos

“¿Y vosotros quien decís que soy yo?” No solo te lo dice a ti. Nos lo pregunta a todos juntos. Se trata de responder juntos ahora. Primero cada uno, después juntos, diversos, pero siempre como Iglesia. Porque no eres cristiano en singular, sino en plural; no solo en tu grupo sino todos juntos.

La fe sin comunidad y sin Iglesia, se apaga; juntos se enciende. Esa Iglesia es la que quiere y necesita vuestra voz, vuestra presencia y vuestra participación. Jesús quiere que caminemos juntos y encendamos así nuestro mundo. El  propone una nueva forma de relacionarse entre nosotros, basada en la lógica del amor y el servicio.

Para responder a Jesús no dejéis de hacer esfuerzos por apoyar a vuestras parroquias y comunidades. A participar en grupos de reflexión y crecimiento de la fe. Si tenéis en la parroquia no dejéis de apoyarlos; si no hay en la parroquia o en la comunidad de referencia, creadlos en los arciprestazgos o entre parroquias y colegios o comunidades. Que ningún joven deje de tener la oportunidad de construir la Iglesia y de tener un espacio donde crecer en la fe, aprender a escuchar la voz de Dios y entender la misión que tiene la Iglesia.

Os necesitamos y necesitamos vuestra presencia, vuestro tiempo y que ayudéis a crear nuevas redes y formas pastorales que refuercen el crecimiento en la fe, la vida sacramental y la formación de los proyectos de vida de cada uno. Os necesitamos para dar testimonio de fraternidad a nuestro mundo y ofrecer la medicina del Evangelio del amor y no del odio o la división.

3.- Transformar el mundo desde el testimonio de Cristo.

Responder a Jesús es transformar el mundo. Ese es el test. Ya ha terminado aquello de ser cristiano por moda, por familia o por tradición. Pero no se ha terminado el seguir a Jesús. Vosotros sois la novedad del cristianismo hoy. Nuestro mundo nos pregunta: ¿Quién es ahora Jesús para vosotros? 

¿Seremos capaces de decirlo juntos? La respuesta transforma el mundo, porque hoy se anuncia a Cristo por contagio: contagiando esperanza, con el testimonio alegre de una vida consecuente y capaz de dar esperanza a los otros, especialmente a los que la han perdido o se les ha arrebatado.  

La Esperanza es la semilla que transforma el mundo. “Perder para ganar”, “sembrar para que todo florezca”. Cada uno de vosotros tiene una semilla de esperanza para este mundo que Dios os ha dado. Muchos piensan que la historia ya está escrita, que nada puede cambiar. Pero vosotros sabéis que no es verdad.

Cada gesto de amor, cada acto de amabilidad y fraternidad, cada palabra justa, cada elección valiente, abre una grieta de luz en medio de la oscuridad. Cada vez que vas con tus hermanos y construyes Iglesia en la parroquia, en el colegio o en tu comunidad, se abre una grieta.

Cada vez que escucháis juntos la Palabra de Dios y habláis de ella. Cada vez que te complicas la vida por amor, aunque a veces no lo sientas o no lo veas claro. Cada vez que apuestas por los más pobres y preferidos de Jesús. Cada vez que “pierdes”, “ganas”, porque siembras el cambio, eres instrumento de Dios y ayudas a que juntos respondamos a Jesús que nos sigue preguntando: ¿Quién decís que soy yo? ¿Dónde sembráis para que cambie el mundo? Queridos jóvenes, cada uno de vosotros puede responder a esta pregunta de Jesús y unirse a la respuesta que juntos tenemos que dar hoy.

Pero la respuesta lleva a comprometerse de todo corazón en la construcción de un mundo más amable y más hermoso para todos donde la creación es un don que recibimos todos sin distinción; donde todos somos hermanos e hijos del mismo Padre, aunque a veces cueste o nos digan lo contrario; donde nadie se salva solo ni encerrado en el grupo de iguales; donde nadie queda atrás, solo, ignorado, abandonado; donde la paz prevalece sobre la guerra; donde la vida brota y es cuidada de manera absoluta desde la concepción hasta la muerte y en tantas situaciones de indignidad. Cada uno, desde su corazón, responda si está dispuesto a seguir el camino.

Jóvenes, necesitamos vuestra respuesta, vuestra alegría y vuestro coraje. No os dejéis robar la esperanza del Evangelio. No os resignéis a un mundo injusto y violento, donde solo caben algunos. El futuro no está en manos de los poderosos, sino en las manos de todos los que se atreven a amar como amó Jesús.

Ahora: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga.

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