Celebrar aquí la Eucaristía es siempre alentador, porque quizá en pocos sitios tenemos la foto o la experiencia de poder celebrar centrados en lo fundamental: en nuestro ser humano, y hacer a otros que experimenten el gozo de ser humanos, cada uno desde su puesto.
Por eso hoy celebramos la fiesta, una fiesta que está bajo el manto de la Virgen de la Merced, y por eso celebramos la fiesta de todos los que estáis aquí, de todos los internos. Celebramos la fiesta también con los sacerdotes, con Nino, con Rómulo, con el vicario episcopal que también viene y todos los sacerdotes que colaboran. Con todos los voluntarios y voluntarias que también animan, y también con todos los funcionarios, gracias también. Con la dirección, con Luis Carlos, con todas las autoridades que también están con nosotros, porque de repente somos capaces de mirar lo importante que es ser humanos y lo importante que es ayudar a nosotros a descubrir que todos somos humanos.
Es una mirada que muchos nos pueden decir que es un poco rara, pero es una mirada que nos han manifestado en el Evangelio. Dios habla, Dios se mueve porque dos mujeres embarazadas se abrazan. Alguien dirá: y eso ¿qué tiene? Después de dos mil veinticinco años seguimos celebrando que dos mujeres se abrazan, son fecundas, son felices y nos hacen felices porque Dios está ahí.
Esa misma mirada que es capaz de manifestarnos el Evangelio es la que podemos celebrar hoy aquí: descubrir que, en la humanidad, en lo que hacemos y en lo que vivimos, Dios tiene algo que decirnos, a cada uno según la vida que lleva por delante.
Os quería traer un cuento y es el de un hombre que iba por la vida –como muchos de nosotros– con una mochila muy pesada. Se iba encorvando, como esos días que a cada uno la vida pesa y vas que te caes; así iba este hombre. Dentro de llevaba las piedras que representaban sus errores, sus fracasos, sus miedos, sus depresiones y un poco también las de los que tenía al lado, que siempre eso también nos pesa y a veces nos hace que nos cueste hasta levantarnos.
Cada día al despertar lo primero que hacía este hombre es coger esa mochila y caminaba con ella día y noche. Siempre decía: “Esto no tiene remedio, esto nadie me lo va a quitar, tengo que ir toda la vida con esta mochila”. Un día pasó por una pequeña capilla, por un santuario, y de repente se encontró solo; pero encontró que al final había una pequeña imagen de una Virgen y, sin saber por qué, se puso con su mochila allí sentado y escuchó una voz, como esas veces que no sabes si es dentro o fuera, pero escuchas la voz y es la voz del Hijo: “Déjale a María lo que llevas”.
El hombre se conmocionó y dijo: “¡Pero bueno! ¿Cómo voy a dejar la mochila? Si dejo la mochila, dejo mi vida y voy a dejar todas las cosas también que van en la mochila”. Y él dijo: “Pero ¿qué vas a hacer, María, con mis piedras? Son mías, me las he buscado, me han venido, no me puedo quitar de ellas porque si me quito de ellas ya no soy el que soy”. Y la voz repitió: “Pon tus piedras a los pies de la Virgen, ella sabe qué hacer con esos pesos”. Ya cansado el hombre aceptó, se arrodilló y delante de la Virgen dejó la mochila y en ese momento lloró, lloró, lloró mucho.
Cuando volvió a levantarse allí estaba la mochila, sí, pero estaba vacía. María había tomado sus piedras y, como una madre, le había dejado en la mochila otra cosa: por cada piedra una semilla, semillas de esperanza, de futuro y de vida nueva. El hombre entendió muy bien qué había pasado allí, y es que la Virgen no le borraba el pasado, pero le enseñaba que la historia que llevamos cada uno debía florecer otra vez, que nada estaba perdido y que desde entonces tenía una misión: dejar crecer esas semillas que Dios le había dado, cuidarlas; que no eran piedras, que eran semillas y que María se había empeñado con él en esa transformación.
Hoy, queridos amigos, todos nosotros también tenemos la oportunidad de ponernos delante de María en esta fiesta de la Merced; cuando decimos Merced, decimos misericordia, libertad, ternura de Dios. Cada vez que miramos a María recordamos que hay esperanza porque tenemos madre, una madre que nunca se olvida de sus hijos, hagan lo que hagan, sean como sean; que siempre cree que cada piedra se puede transformar en semilla, y que cada piedra puede ser transformada en un instrumento que va a dar alegría no sólo a ti, sino a mucha más gente.
Por eso hoy María sigue siendo remedio, sí, remedio para todos nuestros pesos; y sigue siendo patrona –porque por eso la celebramos– y protectora de todos nosotros, de los que hemos caído aquí y de aquellos que cuidan, que son voluntarios, que son funcionarios, que su trabajo también lo dedican así, los funcionarios de prisiones y de toda la institución penitenciaria.
Ella nos recuerda que hay algo que nadie nos puede quitar. Hay algo que no se puede quitar y es la libertad, nadie nos la quita, porque la libertad no es sólo estar encerrados más o menos. La libertad está aquí, la primera, y la libertad que ofrece María se llama Jesús, es el que nos pone delante. Jesús es el que nos da la verdadera libertad, el que cree en nosotros y nos da unas semillas que no hay muro que las tape. El Evangelio nos dice que siempre Jesús se acerca a todos y que Jesús siempre cree en todos.
En toda la diócesis de Madrid durante esta semana, celebramos la Semana de la Palabra, porque allí donde vamos decimos: “Antes de empezar cualquier cosa, poneros a escuchar la Palabra, poneros a escuchar a Jesús”. Siempre tener una Biblia cerca, tener un Evangelio cerca, porque lo primero que dice María para ser libres es: “Escuchad la Palabra de Dios, escuchadla”. Siempre habrá una Palabra que os va a decir que la piedra se convierte en semilla y os va a decir dónde está la piedra y dónde está la semilla. No dejéis de escucharlo, porque Jesús tiene que deciros algo cada uno de nosotros, a todos nosotros nos lo dice, y Jesús siempre habla de que cree en nosotros. Sé que muchos de vosotros podéis pensar que mejor ir tirando, ya tengo mis pesos y voy tirando. Y ¿qué tal vas?, tirando, esto es lo que hay.
Abrimos una puerta hace poco ahí y le llamamos la puerta de la esperanza, y por esa puerta hemos pasado muchas veces ya. Si hemos pasado por esa puerta que es Jesús, es para decir y escuchar continuamente que Jesús dice que Dios no se cansa de perdonar. Dios no se cansa de dejarnos las semillas. Dios no se cansa de tener un futuro no sólo para ti, sino para todos nosotros juntos. Dios no se cansa. Aprovechad, aprovechad el tiempo porque es tiempo para sembrar, y en eso consiste la esperanza.
La esperanza no es que todo se resuelva rápido, vosotros sabéis mucho lo que es el paso de los días, y lo que es la lentitud del tiempo. La esperanza no es que todo sea a golpe de pico. La esperanza es creer que cada semilla va a crecer y que cada piedra puede ser convertida en esa semilla. Ahora os toca a vosotros, a todos vosotros, a todos los que estéis aquí –desde los funcionarios, a los internos, a los voluntarios–; ahora es tiempo de sembrar, y sembrar la semilla que cada uno tiene. Cada semilla es particular, tiene un toque, es única, pero habrá que sembrarla.
La Virgen María es la gran jardinera que nos va a sembrar, y nos va a decir: “Siembra porque nadie te va a quitar la libertad interior, nadie te va a quitar la libertad de pensar en lo mejor y de ser la mejor persona del mundo”. La Virgen así lo hace. Y no hay que hacer cosas muy especiales, mirad lo que hace ella: abrazar a alguien que está como ella, embarazada. Y así, vemos que pasa Dios. Es muy sencillo esto de sembrar. No consiste en hacer grandes cosas, sino en descubrir lo que es ser humanos, en descubrir cómo abrazarnos y cómo hacer la vida fácil a los otros. Nadie puede quitar la libertad. La Virgen María hoy lo que nos pide es que nos sembremos.
Por eso digo que es tan fácil y bonito celebrar la Eucaristía. Es un gesto muy sencillo; es fácil, porque lo que hacemos es abrir el corazón. Y ahí, hermanos y hermanas, ahí somos todos iguales. Abriendo el corazón, somos todos iguales: hijos, hijos de un Padre. Cada uno con sus semillas, con sus piedras, cada uno como es, pero hijos de un Dios que siempre cree en nosotros y que nos dice: “Tenéis remedio”. Esa es la esperanza. Mucha gente dice: “Tú no tienes remedio”, pero Dios dice: “Sí, sí tienes remedio”. Escuchad que María os dice que no estáis solos, que valéis más de lo que pensáis; que podéis volver a sembrar, siempre sembrar.
Que esta Virgen nos acompañe y nos ayude no solo a sembrar cada uno nuestra semilla, sino un jardín, un jardín donde cada uno pueda aportar algo; y donde ese jardín se pueda convertir en un mundo mejor, en el mundo que Dios quiere. Y que a veces en la Eucaristía, o cuando lo celebráis aquí, lo intuimos y decimos: “Si así fuera siempre, si así estuviéramos siempre”. Tenemos la suerte los cristianos de que cuando celebramos, cuando hacemos un mundo mejor, podemos decir: “Dios está aquí, está con nosotros”.
Dejemos que María hoy nos acoja nuestras piedras, las de cada uno de nosotros. Que nos dé esas semillas para sembrar y que juntos podamos, desde aquí, desde Soto, decir al mundo que esto tiene arreglo, el mundo tiene arreglo, las personas tenemos arreglo, y podemos cantar, sembrar, decir, pintar. En definitiva, podemos estar juntos, porque Dios está.
Pues vamos a disfrutarlo, vamos a saborearlo y vamos a ponernos sembrar esa esperanza que el mundo pide de todos nosotros.
Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
contacto@archidiocesis.madrid
Cancillería
Catedral
Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es
Medios de Comunicación Social
La Pasa, 3, bajo dcha.
Tel.: 91 364 40 50
Departamento de Internet
C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org
Servicio Informático
Recursos parroquiales
Tel. 911714217
donativos@archidiocesis.madrid